de frente al Mundo es darle la espalda al Universo

Tengo una amiga que cada vez que viaja lejos y alguien le pregunta por la hora que es, ella matiza de manera inconsciente si quiere saber la hora de aquí o la de allí. Entonces es cuando le miran raro. Yo cada vez que te miro, pienso en cómo reblandece el tiempo y el espacio, me acuerdo de Van Gogh y de las leyes del Universo. Y no distingo ya de todas las huidas de mí. Hacia ti.

Esto que tengo no creo que sean arrugas. O sí. Quizá esté empezando a arrugarme. Al fin y al cabo todos nos estamos muriendo. En mayor o menor medida. Es importante no olvidarse. Sobre todo y especialmente de lo de antes. Tengo los labios llenos de cicatrices del invierno. Calientes. Quemados. Arañados y ásperos por la piel muerta. Que se mezcla con las huellas vivas que están deseando besar y ser besadas. Es muy bonito ver cómo se cambia. Como todo cambia. Como nada permanece.

Cada día que pasa le temo más a la gente con razón, corazón. En primavera el mundo hace una orgía de cosas bonitas. Lluvia, sol y viento y verde y amarillo y sal. Sus ojos y su piel. Recuerdos. Para un insecto, esto debe de ser como una especie de paraíso psicodélico muy breve. Ahora mismo querría ser un insecto. Si es que no lo soy.

Durante este tipo de días, la lluvia no te cae encima. La lluvia se filtra por unos hilillos dentro de ti, hinchando tu corazón y tus pulmones. Entonces escuchas cómo se están oxidando algunos de tus huesos. Y eso no te lo puedes permitir. Así que bombeas. Y corres. Y huyes. De mí hacia ti. Y llamas hogar al Mundo.

A veces estar de frente al Mundo es darle la espalda al Universo. Si te hundes en la Tierra y arqueas tu cuello hacia el cielo, puedes recorrerlo con las yemas de tus dedos. Con suerte alguien vendrá y te morderá. Pero eso es lo de menos. Mira las estrellas y desaparecerás.