Dedicó casi el conjunto de sus crepúsculos al oficio del persuadir a quien, dicen, gasta con defecto su dinero. Era tabernera. Pero no de aquellas que empiezan el día deseando una bendita limosna que les retire de aquel hacer. Si no de las que, extrañamente, disfrutaba. Eso precisamente, fue lo primero que me llamó la atención de esa persona.
Subía, bajaba, escuchaba las quejas de aquellos guisantes con perlas, bobos por cuestión genética, aFroilanados en general. Tenía por costumbre mofarse de ellos, sin ellos advertirlo.
Lo siguiente que me llamó la atención, fue su manera de hablar. Usaba el castellano de Quevedo, quizá por voluntad propia, o porque nunca quiso aprender a hablar el otro.
Lo tercero que vi en ella, fue la desobediencia de sus ojos. Se atrevían antes que engañarse. Tenía el cuerpo forjado a palos, de entrañas, pétalos, penumbra y viento. Y el pecho entreabierto, con un desmesurado corazón rojo, bombeado de pasión. Sí, señores, era una jodida infeliz feliz. Una de esas personas que sabe amar, que sabe odiar, que se ha dejado las tripas disfrutando. Poseía llamaradas de fuego en su mirada, y de su boca, de su sonrisa, colgaban el sol y las estrellas.
Luego estaban sus pasos de colores. Tenía andares de potro desbocado, anárquicos, y al mismo tiempo rítmicos y calculados. Esquivaba coronas y laureles con sus pulcras manos, con el impulso de su sangre. Pisaba, con un estallido de magia, todo auspicio de desgracia. Era hermosa para unos, para otros era terrorífica. Y a pesar de lo joven y lo fresco de su cuerpo, poderoso hasta el infinito, tenía los cinco sentidos en cada nudo de su piel. Para honra de nuestra edad, era una joven vieja. Había conseguido acomodar el sueño de ser feliz todos los días en sus carnes.
Y créanme, que tenía un don. Pues a pesar de la lejanía de sus actos, conseguía con musitar unas palabras adornarte la cabeza con unos cuernecillos de diablo, para hacerte experimentar aquello del atreverse antes que engañarse. Y dejar la sonrisa de boca pegajosa a un lado, para tomar infinitos caminos más.
Era una noviciada del infierno, que sin quererlo me empapó de admiración, y de envidia. Aunque muchos, prefiriesen tapar ojos y orejas al verla. Me dijo odiar a aquellos que gastaban la vida en dedicar versos a otros. Sin embargo, a mi ella, me parecía poeta.
Qué bonito se os ha escuchado respirar. Gracias por esta sorpresa. Qué ganas de ir al cine…
Comentarios
6 respuestas a «De vuelta»
pasaba por aqui…navegando, navegando…
Saluditos
YO
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Snif!
Se te echaba de menos.
«Sin City» buena, y con muchas ganas de ver «Charlie», nos vemos pronto.
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¡Jodida niña…! ¿Para esto te he pagado yo las vacaciones…?
En serio: buenísimo arranque de temporada. Se conoce que la mar y el sol, el descanso y todo el marisquito que has engullido (hasta no poder más: tú misma lo has reconocido) han servido para resembrar tus neuronas.
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Nos espera Sin City..por cierto Charlie y la Fábrica mucho mejor de lo esperado simplemente maravillosa no tengo palabras.
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(Gracias por volver)
Si poseía llamaradas de fuego en su mirada, si el sol y las estrellas colgaban de su boca y su sonrisa, si es verdad que tenía el don de adornar cabezas con cuernecillos de diablo musitando unas palabras… entonces, no lo dudes, nació poeta. Y si decía que odiaba a los regaladores de versos, tuvo el segundo don de crecer sabiendo que era poeta. «El poeta es un fingidor, finge tan completamente…»
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Juju, ya no tengo excusa para ir a verte.
Te invito al cine!
PD:yo invito al chocolate.