Deberás aprender algún día que ni este mundo, ni ninguno de sus protagonistas, gira, se contornea, o besa según los designios del sentimiento. Sabrás, con el tiempo, que de nada servirán los nervios del querer, se irán difuminando contigo para desaparecer, como la vida y la muerte. Y el calor, la humedad del sexo, la pasión de las velas, de su cera, de tus poros, de toda tu respiración, carecerá de sentido. Con los años sólo serás chatarra. Con suerte te convertirás en un amasijo de recuerdos acurrucado sobre lo que fue la más dulce de las miradas. Tu mirada.
Así que cierra los ojos y duerme, que de nada te servirán esos ojos. Ese rayo de tormenta encarnizado, abatiendo el aire negro y brillante de la noche que sostiene tu retina. Enterrada para siempre en el romper del alba que vive en tu iris. El que escapó en salvaje galopada, expulsado de aquella oscuridad. Quedando allí los restos de tu infancia, de la inocencia vencedora del destino. Y tiñendo tu mirada de la luz del amanecer, fingida de azul por vivir de día.
Comentarios
3 respuestas a «En recuerdo de sus brillantes ojos»
vaya forma de desaogar eso que llevas dentro es genial pero muy deprimente;)
3 respuestas a «En recuerdo de sus brillantes ojos»
Uf, me has chafao!!
p’al arrastre…
3 respuestas a «En recuerdo de sus brillantes ojos»
Ah, la mirada. Ya dice el clásico que es el espejo del alma. Mas la luz de la mirada pudiera ser alumbre de muerto, de odio, de olvido, de nada.
¡Cómo me ha gustado «ser chatarra»! Siempre habrá una alma de chamarilero que te acogerá.