Tengo miedo a que se me pegue lo del tiempo triste y el triste lugar. Tengo miego a que se me pegue lo de las prisas obligatorias. A que alguien de verdad me hable en serio cuando dice aquello de que no soy lo que parezco. Pues menos mal.
Menos mal que sufro, que duele, que siente. Menos mal que río, que sueño, que admiro. Que suspiro, que miro hacia el frente. Que miro atrás. Y es que hay cuartos oscuros en los que una se siente productiva. Como sobreviviendo en la seguridad de las piedras que dejé en un camino que nunca recuerdo. Como riendo sobre nada. Sobre todo. Cada acordándome de ti cuando que me siento sola. Cuando me expulsan. Cuando me voy. Cuando me muero. Cada momento del momento. Cada cada, es un cada menos.
Esto de aquí adentro es un desierto vibrante. Un lugar que parece arrasado, agotado. Lleno de partículas de algo que quizá fue pero no deja ser. Que se mueve. Que introduce su textura hasta nuestra garganta y nos asfixia. Que me agarra desde la punta del pie y me deja todos los músculos rígidos. Que confunde con facilidad ‘TEMO’ con ‘TE AMO’.
Tu corazón está dentro de mi cabeza. Y parece que no es nada, pero desaparecer no es algo que se pueda hacer por uno mismo. Porque hasta para sentirte sola necesitas a los demás. Porque es falso que exista una soledad donde encontrarse. Porque a ver quién se salta esa sensación de tedio hacia la corriente de verdades susurradas al oído. Hacia esa mirada de tu perro, que hace tan cercanos y lejanos a los animales.
Los malos son siempre otros que se parecen a nosotros, pero no lo son. Y eso es bastante agotador, supongo.
Triunfo, fracaso. Bueno, malo.